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jueves , abril 25 2024
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LECTURA VERANIEGA / Galanes de Hollywood

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

En algún momento había que ocuparse del tema. Como las definiciones fuertes están planteadas, no nos vamos a extender sobre las mismas, salvo para reafirmarlas: cualquier variante del acoso es condenable y merece castigo; la voz de las víctimas debe ser escuchada y respetada; las víctimas deben ser protegidas. En ese sentido, el movimiento surgido en Hollywood para afrontar la cuestión bien puede resultar un antes y un después favorable para los derechos de la mujer en particular y de toda las personas en situación laboral desventajosa en general.

Hecha esta precisión, nos interesa plantear, para reflexionar juntos, el profundo quiebre que la situación evidencia en la mentalidad de las personas alejadas de las pantallas, a las cuales se aproximan sólo como espectadoras, y de la exposición pública en su totalidad.  Es ineludible abordar este perfil oculto de las denuncias que salen a luz, pues aunque ausente en los flashes informativos, está bien adentrado en el diálogo cotidiano. A decir verdad, el público promedio ha estimado hasta el presente que el concepto estrella de Hollywood implicaba algo así como una vida ideal.

Vamos desagregando. Es perfectamente comprensible al hombre y la mujer promedio –reiteramos para evitar confusiones: y absolutamente condenable- que un productor poderoso intente aprovechar su lugar decisivo para obtener favores sexuales. Habitualmente hombres de cierta edad, con una billetera ampulosa y capacidad para determinar un lugar en el mundo del cine y la televisión, han operado con ese poderío para llegar donde por sí mismos no hubieran llegado. La histórica y creíble situación en la cual un jefe hace lo que quiere con sus empleados.

Sin embargo, para asombro de muchos, entre los acusados surge un grupo humano que ha despertado admiración y envidia por eras. Un núcleo relativamente reducido de personas que al sonreír en público dejaban la idea de “todas/os quieren estar conmigo”. Nada más ni nada menos que los galanes de Hollywood. Ahí vamos, desde el razonamiento llano. Los primeros comentarios que escuchamos al conocerse la extensa lista de involucrados en delitos sexuales de diverso tipo, fueron –palabras más, palabras menos-: “¿Este tipo necesitaba acosar a alguien para que se acostara con él? ¡Pero si las minas están locas por él! ¡Es pintón, famoso, rico! ¿No tenía todo lo que le viniera en gana?”.

En ese marco surgen las discusiones, pero todas ellas orientadas sobre el mismo andarivel. Por caso, quien lógicamente señala bueno, pero esa mujer en particular no quería; al instante mana la réplica de café: y qué le importaba si tenía como cien que le daban bola al toque, sólo por aparecer en un programa, en una peli, en una revista. Las ideas circulan, en las conversaciones pero también en las mentes de los curiosos, y casi todas derivan en el “para qué hacía eso”. Y guarda, que aunque se consulte gente de los medios, aunque se exprima el cerebro buscando explicación, la misma no llega con sencillez.

Hay algunos elementos que pueden ayudar a pensar. Uno de ellos, vertido hace un par de años por una actriz bien reconocida. La mujer señaló, ante una pregunta sobre su presunta intimidad con una figura de difusión masiva: “la pantalla vende cualquier cosa. Hay cada tipos en el mundo de la televisión que parecen una cosa y cuando los conocés no los querés tener ni a cien metros”. Esto es, las cámaras son una mediación, no un hecho. Esa transición entre lo real y lo virtual puede resultar un abismo. La actriz citada añadía “el problema es que algunos se la creen, se creen que esa imagen en la pantalla los representa”.

Luego, algo que desde la radio hemos señalado tiempo atrás ante preguntas tales como –Qué pensás de los inmigrantes o –Qué pensás de los homosexuales o –Qué pensás de los futbolistas o –Qué pensás de los políticos. A diferencia de lo que se aguarda como respuesta (correcta a priori), la nuestra siempre ha sido: Nada. Ante el consiguiente -Por qué, la explicación ha sido: porque en la cancha se ven los pingos y dentro de los grupos humanos existe, proporcionalmente, un número equivalente de personas buenas, jodidas, inteligentes, zonzas, dignas, rastreras, etc. Bueno: también en el mundo de la comunicación, en el de la televisión y en el del cine, intervinculados.

Para precisar un tema espinoso. Ante aquella andanda que el turquito Daniel Hadad realizara contra los inmigrantes –vaya paradoja entre su origen y su accionar-, desde nuestros espacios salimos a sostener a capa y espada el derecho de los hermanos latinoamericanos a vivir y trabajar y participar en la Argentina. Frente a esta actitud desplegada por La Señal Medios, se acercaron colegas a requerir alabanzas para las colectividades defendidas. Allí señalamos que una cosa es garantizar el derecho que le corresponde a todos los hombres y mujeres de la Patria Grande en nuestra tierra y otra extender un cheque en blanco a futuro sobre el accionar de cada uno de ellos.

Algo semejante indicamos, ante la nueva televisión argentina durante la Década anterior, sobre la comunidad homosexual en un artículo referido a una serie de TDA difundida en Canal 7. Hay homosexuales compañeros y los hay gorilas, se sabe. ¿Por qué entonces presuponer que son todos macanudos y justos debido a que reclaman –con derecho- sus derechos? Hace poco saltó la liebre con el tweet de Gabriela Cerruti en beneficio de la femineidad valiente de María Eugenia Vidal. El error de concepto de la dirigente del FPV es tan intenso que no lo desarrollaremos: queda indicado en los párrafos anteriores.

Volvemos. Salir en pantalla no implica dejar de ser un boludo. Es más: ser especialmente fotogénico para irrumpir allí, tampoco. La fantasía mitificada con que el hombre y la mujer comunes observan a esas figuras relevantes está tan alejada de la realidad como cualquier otra generalización sectorial. Esta hipótesis, bastante sólida y con anclaje, no es creída, de todos modos, en el boliche cercano al lugar de trabajo. Allí se siente el quiebre del que hablamos al comienzo: no hay manera de hacer entender al parroquiano –obrero industrial, periodista, jugador, burrero, ingeniero o vago- que aquél cusifai que saluda sonriente desde el afiche tiene que presionar a las minas para que le den bola.

Quedan pendientes otras hipótesis para seguir un debate muy de abajo en la cultura social, de esos que sólo emergen por estos pagos periodísticos.

* Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica

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